Vino en casa: lo mínimo

Antes de esta crisis, parecía que si no tenías una cava en casa no sabías conservar el vino. Cava que iba quedando insuficiente en capacidad y te obligaba a compra otra. Otras soluciones eran un habitáculo climatizado. Pero no hay mal que por bien no venga; me he dado cuenta que desde que me he borrado de los diferentes clubes de vinos (consecuencia de la crisis) y he ido tirando del enorme stock de botellas que tenía en casa, cada vez bebo vino de peor calidad, yo y mis invitados -a mí me sabe más con amigos que sólo-.

¿Qué ha pasado? Pues sencillamente que he ido presumiendo de maravillosos caldos que estuvieron en su momento álgido, que los he intentado conservar de la mejor manera pero que la entrada de nuevos era más que el consumo. Consecuencia: que quien tuvo retuvo, pero el tiempo no perdona y los años pasan para todos y para mis apreciados vinos también. Escribo esto en domingo, después de bebernos unas cuantas botellas de un Rioja regalado por un amigo, de reciente cosecha y que estaba “espectacular” acompañando una exquisita comida libanesa que, aunque lejana, no marida mal. Sabemos todos por experiencia, que si un buen caldo te pone el espíritu en modo “creativo”, que es lo habitual, tu imaginación y tu cerebro se confabulan para ver con luz lo que tienes delante aunque no te hayas percatado antes, aún estando tan cerca y presente. Voy al grano; ¿Es la época de tener grandes cantidades de buenos vinos que no nos da tiempo a consumir?. ¿No será mejor que tiendas especializadas nos lo conserven, nos lo vendan, los roten y, que cuando lo necesitemos nos lo traigan a casa en perfectas condiciones?. Creo sinceramente que estoy dispuesto a pagar un comedido plus por tener lo mejor, en las mejores condiciones de conservación y en mi casa. Estoy reflexionando, nada más. Pero creo que voy a pasar de presumir de tener una gran bodega a presumir de tener un proveedor maravilloso que me surte rápido, en precio y que me garantiza que el vino que recibo se ha conservado de manera correcta. No voy a fallar; no me voy a fallar. Bastantes desencantos tiene la vida para equivocarme en la apertura de un vino un viernes por la noche y encima sabes que lo has pagado. No, creo que esa época pasó. Hay que darle espacio a los emprendedores que te garanticen que lo que quieres lo puedes tener en tiempo y precio apropiados. Es más rentable y beberemos mejor vino. Cuando empezó la maldita crisis, me dijo un conocido personaje que, se nos había ido nuestro mejor cliente: la basura. No lo entendí de entrada pero en en el caso del vino prefiero no desvelar cuántas botella he tirado por el fregadero por imbebibles. Estamos cambiando. Nos tenemos que amoldar a nuevos sistemas de conducta. Ya no cabe decir que tengo tantas o cuántas botellas en mi bodega, es más práctico y hasta casi coherente presumir de tener la opción de disponer del vino óptimo para cada ocasión en tiempo y precio. Esto es posible, solo que, entre todos, debemos darle la oportunidad a nuevos proyectos empresariales para que nos satisfagan, hagan negocio y nosotros tengamos lo mejor sin inmovilizar dinero y sin desperdiciar lo que tanto cuesta crear: el vino. La tarde de domingo toca a su fin, más ahora en otoño casi invierno. Son reflexiones que a veces te cuesta compartir, por aquello del qué dirán. Pero es bueno exteriorizar los pensamientos, a eso ayuda el vino, que es al que en definitiva dedico estas líneas de fin de semana, fruto de la vid y del trabajo del hombre, como dice la liturgia católica.

Antonio Fernández. Miembro de la Academia de Gastronomía de Tenerife