Humor Gástrico | Pedaleta y pota

Ilustración: Eduardo González
Ilustración: Eduardo González

Vaya por delante que a los que fumamos nos repatea los higadillos la tolerancia social y administrativa que existe con el otro vicio nacional: la bebida. Alcohólica, por supuesto. También es verdad que los usos sociales cambian y si antes llevabas en el bolsillo un espray mentolado para que pareciera que no habías bebido, ahora te colocan en  la sobremesa un espray de coñac para que rocíes el café y parezca que has empinado el codo. Cosas de la modernidad.

El deporte de hacer levantamiento de copa en la barra de un bar tiene también su edad. Cuando se es joven, tras una juerga etílica los protagonistas de la misma se reúnen al día siguiente y comentan con entusiasmo la gesta borracha, desde los litros de alcohol ingeridos hasta el tamaño de la pota final con la que culminó la pedaleta, sin ahorrarse los detalles intermedios. Cuando ya se han cumplido unos años, los mismos protagonistas de la misma o similar noche etílica no son capaces de verse la cara hasta tres o cuatro días después y la conversación no se centra la juerga, sino en la resaca y todas las consecuencias desgraciadas que la acompañan: amnesia, dolor de cabeza, malestar general, dolores musculares, vómitos y vértigo. Dicho de otro modo, a partir de determinada edad uno no padece resaca, sino convalecencia.

Mi amiga Alicia me ha instruido sobre las fases de una borrachera de una forma magistral. Fase uno: negación de la evidencia. Es el momento en que el tipo, tambaleándose, responde airado a tu suave insinuación de no deberías beber más. ¿Quién, yo?, si no fsestoy bochacho, ¡me ncuentrosss ferpectamente!, atina a decir el individuo. No obstante, la falta de lucidez no le impide ver que te mosqueas y se zambulle directamente en la fase dos: exaltación de la amistad. Es un poco incómoda para el que está sereno, porque el borrachuzo se abalanza sobre él, lo abraza de forma efusiva, lo zarandea, hasta lo besuquea y, babándose encima, proclama para que lo oigan todos los clientes del antro en que se encuentran: si yo te quiero un montón, tú sabes que feres mi mexor amigo… Visto desde fuera, en algunas ocasiones podría parecer hasta una escena de encendida pasión homosexual cuando se trata de dos hombres.

Para quitárselo de encima, uno termina declarando su amistad eterna al colega perjudicado, lo cual provoca una alegría inusitada en él, lo que da paso a la fase tres: cantos folklóricos y/o regionales. No me digan que no han visto alguna vez a dos tipos abrazados en una esquina de la barra tambaleándose y cantando a voz en grito Asturias patria queridaaaaa, dicen que te vas para La Gomeraaaa y/o similares.

El efecto de la música sobre los individuos que han realizado una ingesta excesiva de alcohol lejos de calmarles les provoca un inusitado vigor físico. Eso les conduce a la fase cuatro: sobrevaloración de las capacidades físicas. Llegado este momento, el fulano con sobredosis etílica afirma que es capaz de ir solo al baño, a donde se traslada a duras penas, nunca en línea recta para, finalmente, mearse encima. No satisfecho aún, se dirige al aparcamiento y se mete en su coche, entre los aspavientos de sus amigos y arranca. Va camino de la fase cinco: desacato a la autoridad.

Afortunadamente para todos, nada más salir del aparcamiento una pareja de guardias civiles, sabedores de lo que se cuece dentro del local, le da el alto. Nuestro hombre para el coche, baja la ventanilla, huele a alcohol y a meado y presenta un aspecto lamentable. El guardia civil, cortésmente, le pregunta: ¿ha bebido? El fulano responde: ¡ni una fgotta, feñor! Entonces, le replica el agente, ¿será tan amable de soplar por este tubito? A un borracho no se le puede llevar la contraria, así que se enfada y le espeta: ¡fa a soflar rita la cantaora!, ¡usted safe con quién fabla, fseñor!, ¡yo no soy ningún soplón! Poco después lo bajan del coche para que se airee, mientras los amigos aguardan el desenlace.

Entramos ya en la fase seis: Joaquín o Juan. Si el individuo borrachín no ha probado bocado, al intentar que su colega vaya en su ayuda dirá Joaquín. Es decir, que le entrará un hipo desmesurado y cada vez que llame a su amigo del alma lo hará diciendo Joahipsespaciosilencioquín. Si nuestro hombre  en cuestión ha tenido la suerte de comer abundantemente antes de darse a la bebida con absoluto frenesí dirá Juáaa y la n que culmina el apelativo será arrastrada hasta el suelo y embarrada hasta la ignominia con la vomitona con la que se pone punto y final a la borrachera, a la espera de las secuelas que deje la resaca y la caritativa amnesia que hurta de nuestras neuronas el recuerdo insano de la noche en que todos, alguna vez, hemos hecho el ridículo más espantoso. | Carmen Ruano y Eduardo González