Abuelas, madre e hijas realizaban antes jornadas maratonianas para elaborar complicados menús, mientras que hoy en día mercados y supermercados ofrecen todo tipo de productos elaborados a falta de un toque de horno
Los tiempos cambian incluso para algo tan tradicional como es la cena de Navidad. Antes era frecuente ver a las abuelas, madres e hijas trabajar de manera desenfrenada para resolver la cena, eligiendo los platos tradicionales que más trabajo conllevan y buscando recetas en los libros de cocina española, de Emilia Pardo Bazán; de la marquesa de Parabere; de Néstor Luján y Juan Perucho o de la libreta heredada de los abuelos.
Después venían las visitas a los mercados de abastos donde compraban los productos, en muchas ocasiones aves sin desplumar, pescados sin eviscerar y trocear, y carnes sin despiezar, labores que luego eran desarrolladas en la cocina del hogar. Jornadas maratonianas para poder lucirse en la cenas y ver cómo en apenas dos horas los platos quedaban más limpios que la patena y las cacerolas con los restos, que al día siguiente engrosarían ese recetario de supervivencia que se apaña con las sobras y ha llenado los estómagos de las clases más humildes.
Hoy nada es igual. La industria agroalimentaria trabaja a destajo casi todo el año para elaborar una oferta específica para estas fechas. En los mercados, supermercados e hipermercados, hasta en las carnicerías y pescaderías de la esquina, se encuentran productos elaborados para consumir en estas fechas, a falta de un toque en el horno o calentar al baño maría. Eso sin contar la amplísima oferta que realiza el sector de la restauración para rematar un año que seguramente no ha sido fácil. “Para mis estos días son los mejores de todo el año. Yo elaboro una serie de platos, el público los recoge y listo”, comentaba un restaurador de Santa Cruz.
Y como la globalización obliga, la oferta no es ya solo de pavos rellenos, capones, cordero, conejo en salmorejo, besugos al horno, percebes, langostas o bogavantes, sino que también están presentes sushis, temakis, usuzukuris, ceviches, ramen, causas peruanas, tabules árabes, platos vegetarianos, con gluten o sin gluten y así hasta donde llegue la imaginación, el gusto de cada uno y el dinero o la tarjeta de crédito para complicar la cuesta de enero.
Otro tanto ocurre con los postres típicos navideños como son las truchas, bien de cabello de ángel o batata, o los dulces de hojaldre, rellenos de guayaba o membrillo, típicos de estas fiestas que eran elaborados en las casas mientras que hoy son comprados en los puntos de venta tradicionales. Lo mismo pasa con los turrones, mazapanes, polvorones, marrón glacé, pasteles de gloria y frutas escarchadas que son comprados en los supermercados.
Si bien la gastronomía cambia, no así la costumbre de reunirse en familia o con los amigos para compartir mesa y mantel. Eso sí, todos más relajados que ya sabemos que no da el mismo trabajo calentar en el horno o al baño maría los platos que elaborarlos. Bienvenidos sean estos aires de renovación que como dijo Emilia Pardo Bazán, en el célebre libro Cocina Española Antigua, “cada época de la historia modifica lo que se pone en el fogón y cada pueblo come según su alma, antes tal vez que según su estómago”. | José L. Conde