Nacho Solana cierra su restaurante en compañía de Erika Sanz y el equipo de cocina con el que inició su andadura en la capital tinerfeña
Los invitados a la última cena en el restaurante Solana, en la calle Puerta Canseco, número 37 de Santa Cruz de Tenerife, no fueron 12, sino 42. La mayoría clientes -y amigos- a excepción de dos mujeres, madre e hija, que nunca habían podido probar los platos de Nacho Solana y acudieron por primera y última vez a disfrutar de sus propuestas culinarias. En esta despedida acudieron a arropar a Nacho su equipo de cocina original, con el que abrió el restaurante. Iskander, Gladis, Isabel, José… Pero sobre todo estaba Erika Sanz, compañera de viaje desde el principio hasta que sus caminos tomaron rumbos diferentes. Y el chef lució la chaquetilla que, en los años 90, le regaló ella cuando aún estaba con Martín Berasategui.
La última cena no estuvo exenta de sobresaltos. Se rompió el lavavajilla, saltó un fusible, el congelador casi no lo cuenta y el microondas se despidió también a lo grande. Aunque los que estábamos en el comedor no nos enteramos de nada, pendientes de los platos que llegaban a nuestra mesa y de Erika comandando el equipo de sala para que todo saliera perfecto.
A medio camino de la cena Nacho Solana salió al comedor para dirigir unas palabras a los que decidieron acompañarlo en este último servicio. No pudo articular palabra porque los aplausos de los comensales se lo impidieron y, casi al mismo tiempo, lo reclamaron de cocina, así que al final el chef brindó y se despidió de todos los clientes a medida que iban terminando de cenar.
Hasta ese momento, Nacho Solana ofreció sus platos emblemáticos, empezando por los aperitivos: gazpacho canario, chicharrones caramelizados y filochistorra, el preámbulo de una de sus elaboraciones más icónicas, la milhoja caramelizada de manzana, foie y queso ahumado con reducción de PX.
Luego, una ensalada eco con vieira, yogur y mojo en polvo y otro clásico: el huevo a 63º con papas y crema de trufa, un plato delicado que echaremos de menos. El menú de despedida lo completó un cherne asado con costra de tomates aliñados, tubérculos y mojos emulsionados y el secreto ibérico, su jamón, cabello de ángel y crema de huevo frito, que fue muy celebrado por los comensales. Los postres estuvieron a la altura del acontecimiento. Un crujiente de arroz con leche cremoso y un coulant de chocolate al 70% con sorbete de mandarina y reducción de maracuyá.
Pasadas las 12 de la noche, tras los brindis, los abrazos, los deseos de una nueva etapa mejor, Solana, uno de los restaurantes emblemáticos de Santa Cruz echaba el cierre. Atrás quedan ahora los recuerdos y un comportamiento de buena gente de Erika y Nacho como han reconocido hasta sus compañeros de oficio.
Desde la apertura de Solana, primero en la calle Pérez de Rozas, donde tuvieron que salir escapados, en pleno inicio de las navidades de 2014 por peligro de derrumbe del edificio contiguo, empezaron los reconocimientos, entre ellos, el de Mejor Jefe de Cocina, en los XXII Premios de Gastronomía de DIARIO DE AVISOS que se entregaron en el año 2007. Y ahora mismo estaba recomendado por la Guía Michelin.
Nacho Solana emprende ahora una nueva etapa en la que seguirá al frente de Squina, cuyas hamburguesas deberían probar, y en La Fula, donde cocinará los fines de semana. Y preparará las oposiciones para enseñar de lo que más sabe, la buena cocina. Un respiro hasta que el chef que lleva dentro vuelva y nos sorprenda con otra propuesta gastronómica. | José L. Conde