
El Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola de Tenerife almacena casi 3.000 semillas y plantas para que no se pierda su cultivo
Placas de Petri, micropipetas, secuenciador de ADN, pipetas, tubos de ensayo, neveras a -5 grados llenas de frascos con muestras… Podría parecer que nos hemos colado en un laboratorio de la famosa serie CSI Las Vegas, pero no. Estamos en Tenerife, en el Jardín Botánico o Jardín de Aclimatación de La Orotava, en el Puerto de la Cruz, y las instalaciones son del Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola de Tenerife (CCBAT), pertenecientes al Cabildo de Tenerife. El ADN no pertenece a ningún sospechoso sino a una variedad de trigo. Y el objetivo no es detenerlo, sino conservarlo a toda costa. Esa es una de las funciones del Banco de Germoplasma, recolectar semillas antiguas y sembrar el pasado para preservar el futuro.
Domingo Ríos, director del CCBAT, lo resume así: “básicamente es un banco de conservación de especies agrícolas, exclusivamente agrícolas, no silvestres”. A partir del año 2003 el Cabildo de Tenerife toma la decisión de proteger la biodiversidad agrícola de la isla, “especialmente las variedades locales antiguas que han conservado los agricultores durante siglos”, destaca Ríos. Ahora almacena casi 3.000 semillas y plantas para que no se pierda su cultivo.
EL director del CCBAT admite que “no se sabe exactamente la pérdida de variedades, lo que se llama erosión genética, pero creemos que se ha perdido bastantes. Algunas en los siglos XVIII y XIX, pero si hablamos a partir de los 90, con respecto a lo que queda en el banco -no lo que tienen los agricultores, que sería más-, calculamos que un 20 o un 25% de las variedades se han perdido”.

Pioneros. A pesar de ello, el Cabildo de Tenerife es pionero a nivel regional y nacional a la hora de conservar la biodiversidad agrícola, pero, sobre todo, destaca Domingo Ríos “somos pioneros en dar producto a los agricultores. Primero conservamos y lo que nos va sobrando, los excedentes, los repartimos entre los agricultores”. Eso es una “grandísima novedad” y tiene carácter gratuito, aunque con algunas restricciones: sólo se dan seis varas, de viñas o de frutales; 20 papas como máximo y 50 semillas. “No se trata, puntualiza Domingo Ríos, de hacerle la competencia a los viveros, sino ayudar a los agricultores a que recuperen la variedad, ya sean viñas, frutales, batata o cebollas”. La petición se realiza a través de la web: https://ccbat.es/solicitarmaterial.php
¿Qué tipo de agricultor pide papas, o viñas, o injertos de frutales? “Pues cada vez hay más que lo solicitan y rozan la cuarentena”, precisa Agustín Hernández, la mano derecha de Domingo Ríos en el CCBAT. De hecho, el día en que visitamos las instalaciones la administrativa Elisa Gómez, hacía entrega de seis varas de viñas a un agricultor que lo había solicitado. “Pero también repartimos en los huertos escolares y a algunos cocineros que nos lo piden porque quieren hacer un huerto para su restaurante”, añade Domingo Ríos, que defiende la participación en congresos gastronómicos como Madrid Fusión o San Sebastián Gastronomika, “creo que ha sido un acierto unir a un ingeniero agrónomo con un cocinero, esa sinergia entre gastronomía y producto creo que está funcionado muy bien porque la gastronomía es una forma de explicarle a la gente el producto. Hay una simbiosis interesante”.

Aunque los datos de la FAO apuntan que en los últimos diez años ha sido brutal la desaparición de la biodiversidad agrícola, Domingo Ríos, que está de acuerdo con esa afirmación, precisa que “en los países con mayor renta se está perdiendo menos porque hay una gran sensibilización social, aparecen bancos de este tipo, los agricultores las conservan y yo creo que lo fundamental es que tira de la cadena de valores; es decir empiezan a querer comer más determinadas variedades, se comercializan más y a la gente le gusta porque muchas de ellas son muy buenas de comer. El problema está en que hay variedades que a lo mejor no son tan exquisitas y la gente no las conserva, o no son rentables, otras veces enferman rápido, hay muchas cosas que hacen que la gente no conserve o vaya dejando de hacerlo”.
El director del CCBAT sí destaca que “los agricultores de Tenerife conservan bastante, sobre todo en la franja de medianías. Aquí, básicamente, pretendemos conservar las variedades antiguas que han atesorado nuestros agricultores durante siglos para que no se pierda este patrimonio, se pueda conservar para generaciones futuras o para usos como la mejora genética. Y lo más importante, dar semillas a los agricultores en pequeñas cantidades para que ellos las puedan multiplicar…”.
Domingo Ríos también quiere destacar la labor de Desireé Afonso y Nani Velázquez, que el día de la visita al centro se encontraban fuera haciendo sus trabajo de técnicas de conservación de semillas y de árboles, fundamental para el funcionamiento del Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola.
Y vender, que se trata de vivir. “Cada vez hay más campañas de concienciación”, señala Ríos, “aunque es verdad que estos dos últimos años con el COVID todo se ha parado mucho” y avisa que “este año volvemos a la carga” en la línea hacer campañas de divulgación, sesiones gastronómicas, pósteres de productos que ya se ven por todos lados. “Se trata de que la biodiversidad, la sostenibilidad, se siga manteniendo”, afirma Ríos.

La “bóveda del fin del mundo”
El “Arca de Noé” o la “bóveda del fin del mundo” son dos de los apelativos tan bíblicos como apocalípticos que se usan para referirse al Banco Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega, el depósito de semillas más grande del mundo. Fue inaugurado en 2008 para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de una catástrofe local o mundial. Allí se almacenan más de un millón de semillas, con 5.481 especies y 89 bancos de genes entre ellas, una selección de la biodiversidad agrícola de Canarias.
A más de 5.000 kilómetros de Svalbard, junto al Jardín Botánico situado en Puerto de la Cruz, el personal del banco de semillas de Tenerife (aunque recoge muestras de todas las islas del Archipiélago) se afana en conservar también la biodiversidad agrícola.
Verónica Gea trabaja en el laboratorio para secuenciar el ADN de variedades de trigo, o de perales, o castaños y por supuesto, de las papas, que tanta fama han dado a Tenerife. En la sala contigua unas placas de Petri albergan unas semillas para ver su capacidad de germinación y en la cámara de tuberosas se conservan las papas a una temperatura de 4 grados. Afortunadamente, el Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola (CCBAT), que es donde estamos, ya dispone de un contador de semillas que evita el antiguo y tedioso conteo a mano de semillas más pequeñas que una lenteja…

La fórmula del 15% (15 grados y 15% de humedad) es esencial en la cámara de desecación de las semillas que luego se envasan en sobres al vacío y termosellados para garantizar su calidad y su conservación. Junto a las puertas donde se conservan los patrones de semillas, abrigos polares similares a los noruegos para aguantar los -20 grados a los que se conservan las muestras.
El CCBAT, como no podía ser de otra manera, es el banco de referencia nacional con la papa, pero intercambian conocimientos y procedimientos con Perú (papas), Alemania (cereales) y Galicia (Frutales).
Miguel Valdés y Luis Álvarez son los que se “patean” las fincas del Cabildo -o de agricultores que colaboran- en las que la conservación se realiza manteniendo el cultivo en el campo, como los frutales, los ajos o las papas, que alternan el cultivo con un periodo de almacenamiento en este caso. Cada año se plantan en diferentes localizaciones -una en el norte y otra en el sur de la isla- asegurando así la obtención de material y minimizando las posibles pérdidas.
Y un último dato para poner en valor este tipo de iniciativas. El Centro Internacional de Investigación Agrícola en Zonas Áridas, que realizó retiradas de semillas en el años 2015, tras la guerra en Siria ha anunciado que la colección de semillas destruidas durante la guerra civil se ha reconstruido sistemáticamente”. En definitiva, la “bóveda del fin del mundo” funciona como un seguro para el suministro actual y futuro de alimentos y para la seguridad alimentaria local. | José L. Conde