Humor Gástrico | La fresquera

Dibujo: Eduardo González
Dibujo: Eduardo González

Me refiero al único, que yo sepa, electrodoméstico hermafrodita que tenemos en la cocina: puede ser femenino, en el caso de la nevera, o muy masculino, cuando se trata del frigorífico.

En tiempos remotos, cuando todavía no se había inventado la nevera, los alimentos se colocaban en la fresquera, una especie de alacena colgada a modo de balcón donde no pegaba el sol y hacía fresco. Claro que el tiempo de  conservación era mucho menor que el de ahora y en muchos casos se recurría a la salazón para hacer acopio de   comida y no tener que salir todos los días al mercado. Que en aquella época, además, se llamaba recova.

La nevera es el electrodoméstico estrella de la cocina moderna pero es, también, el más achacoso de todos ellos. Por ejemplo, la mayoría de nosotros tenemos un microondas exclusivamente para calentar la taza de leche del desayuno y el tuper de comida congelada. Vamos, que lo tenemos infrautilizado. Con la nevera ocurre lo contrario, salvo en  casos excepcionales, mayormente los de jóvenes solteros con la casa de mamá cerca, en que la nevera es como las plazas públicas a medianoche: están vacías y tienen luz.

Pero vamos con los achaques. Para empezar, la nevera es un electrodoméstico hermafrodita. Puede ser femenino   (nevera) y en ese caso tiene celulitis de cintura para abajo. Son esas masas de hielo que se forman en la zona del congelador, por muy bo frost o no frost o lo que quiera que prometa el consabido manual de instrucciones. Si adopta su personalidad masculina y se convierte en frigorífico, las secuelas son las mismas, no será celulitis, pero andará mal de la próstata.

Por si eso fuera poco, a la nevera le colocamos imanes para sujetar las facturas, los dibujos de los niños, las tareas que hay que hacer y la lista de la compra, sin preguntarle si le gusta ir con piercing o tatuada. La hemos abierto en canal para meterle una sonda por donde escupe agua y hielo y, en el colmo del sadismo, hay quienes le han incrustado un televisor para no perderse el programa de Ana Rosa, sin conocer realmente la influencia directa o indirecta que dicho programa tiene sobre los alimentos que se encuentran en su interior.

Y hablando del interior del frigorífico, siempre hay en su interior medio limón, media cebolla y un ramito de perejil ajado al que le haría ascos el mismísimo San Pancracio.

La nevera, por razones que desconozco y a pesar de sus aptitudes, es un electrodoméstico que hace mal la digestión. Debe ser ésa la razón por la cual la leche se agria, los yogures caducan y los trozos de calabaza y los pimientos llegan a producir moho en cantidades industriales. Claro está que el frigorífico no peca, precisamente, de inapetencia: ¡cuántas veces hemos abierto un tuper o sacado un cuenco de la nevera para encontrarnos con la sorpresa de que estaba absolutamente vacío! pese a que nosotros hubiéramos jurado que había algo dentro.

El frigorífico, con los nuevos tiempos, ha perdido hasta la vergüenza y si antes todo el lujo que se permitía era ser panelado –eso evita la cruz de los imanes– para hacer juego con la cocina, ahora se presenta en casa con los colores más chillones que uno pueda imaginarse. Sigue siendo de líneas sobrias, salvo cuando es nevera, que adopta formas curvilíneas y fondonas.

A pesar de eso, al frigorífico le han salido dos competidores. La nevera de los vinos, que sólo se da a la bebida para desconsuelo de la fresquera de toda la vida, y el arcón congelador. Este último ha sido un duro golpe psicológico para la nevera, que cae en la cuenta de que se ha vuelto menopáusica de cintura para abajo, con la celulitis y el hielo a rebosar en las caderas, donde ahora sólo se colocan los cubitos para hacer hielo y las bolsas de hielo de las gasolineras el día de las chuletadas. El resto, es decir, la carne, el pescado, las verduras, las masas para la pizza y los canelones se van directamente al arcón congelador. Retaco, rechoncho, sí, pero más atractivo para los dueños de la casa.

Quizás por eso, las últimas generaciones de los frigoríficos vienen de enterados. Dicen, porque yo todavía no los he probado, que intentan llamar la atención diciendo lo que falta en el interior, si la temperatura es correcta, si la leche va a caducar… Creo que cometen un error, al menos en mi caso, porque si además de los achaques de toda la vida, ahora la nevera se va a poner tiquismiquis como mi vieja, lo tiene claro. A mi madre le aguanto lo que haga falta y más, para eso me educaron en un colegio de monjas, pero a la primera impertinencia que cometa el frigorífico, le doy con la puerta en las narices. Y me quedo tan fresca. | Carmen Ruano y Eduardo González