La RePosada

Me dijeron: quedamos en La Posada. Pues vale allí estaré. Ni siquiera recordaba que existía y, había estado. Imagínense cuánto tiempo hace. En Santa Cruz, cerca de casa. Ideal. Nada más llegar me causó buena sensación, inmediatamente los que íbamos llegando entablamos conversación. Te acogen nada más entrar, te insinúan algo de beber y te ponen unas aceitunas; eres bienvenido. Estas cosas las reflexionas luego, cuando te vas y te llevas la sensación de que te has encontrado a gusto. Te reencuentras con personas a las que aprecias, tienes espacio para estar, hablar y esperar a que te pasen a la mesa. Voy a pasar por alto que una vez sentado sólo te puedes relacionar con tus vecinos más cercanos, la acústica deja mucho que desear. Tenía que soltarlo, ¡qué pena!.

Empieza el carrusel de platos de comida asturiana y casera y el que alguien te pueda oir deja de importarte, simplemente empiezas a estar extasiado por la magnífica calidad de lo que te van trayendo.

Lo primero fue un  Queso de Cabrales pisado a La Sidra (se merece las mayúsculas) que se untaba en un pan tostado. Jo, qué bueno. Pensé: ¿tanta hambre tengo? pero a mi alrededor todos estaban masticando sin parar. Desapareció. Me dije que o mis amigos tenían mucho apetito o era escaso. Llegaron inmediatamente unos Fritos de Bacalao (se merecen también las mayúsculas) con dos salsas: una alioli y otra tártara. Si ya es difícil el bacalao para un cocinero, encontrar el bueno, desalarlo en su justo punto… si lo “bordas” a la hora de rebozarlo y freírlo, es para empezar a querer levantarte e ir a la cocina para expresar tus sentimientos de agradecimiento. Mis amigos no paraban de masticar, los platos volaban. En esto que traen unas croquetas. Dios, ¿esto existe?, ¿me has privado tanto tiempo de este manjar?. No tengo palabras. Suavidad máxima, toque sutil de picante, punto de sal exacto, sabor no protagonista de carnes de guiso, fritas al momento y bien, en su correcto punto. De esas cosas que desearías encontrar volviendo de una noche de más de una copa en el pollo de la cocina, esperándote, ya frías pero, si cabe, más ricas de lo que estuvieron recien hechas. Seguía la sensación de escaso, mis amigos seguían sin dar tregua, -¡con qué gente me junto!- y en esto que traen unos cuencos de Fabada y unos platos de Compango para que te sirvas “a discreción”. Bueno bueno, todavía me estoy relamiendo. Las fabes delicadas, de piel fina, en su punto, el compango aportando pero sin convertirse en protagonista absoluto. Un éxito. Y los cuencos vacíos y mis amigos seguían masticando. ¡Qué barbaridad!. Estaba claro que lo bueno no sacia fácilmente o quizá mi equipo arrastra un hambre de morirse lo que no parece probable a juzgar por su aspecto. Y llega un solomillo con crema de setas y con unos platos de papas fritas al estilo casi “papas paja” que se juntaban, mezclaban, embadurnaban o como les apetezca decir, con la salsa de la carne. Como dicen los italianos: “da morire”. Realmente la sensación de escaso pasó a la de “no puedo más”.

Y llega el postre: calculado, medido, en forma de degustación, perfecto para acompañar un buen café y una copa. Puedo hablar de la tarta de almendras, de la pera al vino; siento no poder opinar del tocino de cielo pero es que alguno de los que no paraban de           masticar me usurpó de forma involuntaria mi trozo, cosa que en realidad le agradezco, o más bien se lo agradece mi analista.

REPOSADA  fue la que me tuve que pegar al llegar a casa. Feliz, satisfecho, con la sensación de haber pagado un precio justo por un producto excelente. Ahora, reconfortado por una pequeña cabezada, he decidido volver. Tranquilos, hoy no, otro día.

Casero, en precio y de máxima calidad. Nada pretencioso y para salir bien comido. Vale la pena y, además, si te cuadra una “Reposada ” perfecto.

Antonio Fernández. Miembro de la Academia de Gastronomía de Tenerife