“La bodega mantiene la herencia recibida de mi abuelo y mi padre”

Javier Moro | Foto: Fran Pallero
Javier Moro | Foto: Fran Pallero

Entrevista con Javier Moro, copropietario de Emilio Moro y Cepa 21

Javier Moro visitó recientemente Santa Cruz de Tenerife para presentar las nuevas añadas de las Bodegas Emilio Moro y Cepa 21, en la Ribera del Duero, de las que es copropietario y director comercial. Su abuelo fundó la primera bodega, que con el paso del tiempo ha ido elaborando nuevas marcas, pero manteniendo viva la tradición.

– ¿Qué queda de los vinos que hacía su abuelo, el fundador de la bodega?

“Pues queda todo. La materia prima, que es lo más importante para hacer un gran vino. Esa es la herencia recibida de mi abuelo y de mi padre. Sin ella no existiría Malleolus de Valderramiro o Malleolus de Sanchomartín, o los viñedos emblemáticos de la bodega, como Finca Resalso. Es el mismo estilo de cómo elaboraba mi padre artesanalmente o cómo elaboramos ahora. Le aplicamos técnicas más avanzadas, pero las maceraciones largas y lo demás existen igual. Es el mismo sistema”.

– ¿Por qué surgieron las nuevas bodegas de Cepa 21 o los vinos Malleolus?

“En principio empezamos por Emilio Moro, que es la primera contraetiqueta de 1989, y hemos ido evolucionando desde el minuto uno. Era un Emilio Moro joven, pero con seis años en barrica. Nadie lo elaboraba en esos momentos y rompió todos los esquemas. Antes estaba clasificado como joven sin barrica, crianza, reserva y gran reserva. Vimos que la evolución de la bodega tendía a romper con el corsé del consejo regulador, porque no atiende a términos de calidad, simplemente a unos estatutos y a un consejo regulador que nosotros no compartimos. Con lo cual, primero desarrollamos la palabra crianza y reserva con la línea de Emilio Moro hasta el año 95, en que empezamos a disociar marcas. Dejamos de embotellar el joven y salió Finca Resalso. En el año 98 nació Malleolus, con una contraetiqueta genérica, en el que los meses de barrica los aporto yo, no el consejo regulador. A partir de aquí retiramos los Emilio Moro, reserva y vendimia seleccionada, para que en el año 2000 apareciera Malleolus de Valderramiro y en el 2002, de Sanchomartín. En definitiva, buscamos vinos de pago con una firme apuesta por el terroir”.

Moro, durante la entrevista | Foto: Fran Pallero
Moro, durante la entrevista | Foto: Fran Pallero

-Explíquenos cuál es el proyecto de Cepa 21.

“Es una versión vinícola de la tercera generación de los cuatro hermanos Moro, con un concepto moderno basado en la frescura, la fruta y la sencillez. Se llama Cepa 21 por el siglo en el que estamos inmersos. Partimos de cero, compramos 50 hectáreas y las clonamos con nuestro tinto fino cogido de los viñedos de Valderramiro y Resalso, de nuestros majuelos emblemáticos. Nos da una fruta muy golosa y cargada de elegancia. Las primeras añadas se elaboraron en Emilio Moro hasta que se construyó la nueva bodega, de donde salió la de 2006, hasta la actualidad. Fue una línea de trabajo prácticamente de ensayo para encontrar la línea de Cepa 21. Ahora hacemos cuatro vinos. Hito, un rosado y un tinto, con un concepto más joven. El Cepa 21, con 12 meses de barrica, y el Malabrigo, que es el top de un viñedo de 50 años, que te deja la boca abierta”.

– ¿Qué importancia tienen los aspectos sociales dentro de la bodega y concretamente qué es el Clon de la Familia?

“Es muy importante. Nuestros padres nos han educado a ser agradecidos con lo que tenemos y siempre hemos colaborado con proyectos solidarios. Empezamos con una asociación de tetrapléjicos de Valladolid. Nuestros pilares básicos son tres: tradición, innovación y responsabilidad social y empresarial. A través de ahí canalizamos el proyecto de la Fundación Emilio Moro, que anualmente busca un proyecto, dentro o fuera de España, para aportar nuestro granito de arena a la solidaridad. De aquí nace ese sexto vino de la bodega que se denomina Emilio Moro Clon de la Familia, que aparte de ser un vinazo extraordinario, dispone de un registro distinto, como es la pureza de la variedad tempranillo o tinta fina. Localizamos los mejores suelos y las mejores barricas de Borgoña y artesanalmente hacemos 996 botellas numeradas. La venta de todo ese vino se destina a la fundación para atender los proyectos solidarios. Por ejemplo, en Chiapas (México), una zona muy pobre y con pocos recursos, donde cuesta más el agua que los refrescos, y los niños presentan problemas intestinales. Aquí dotamos a los colegios con máquinas de agua para que se acostumbren a beber agua”.

– ¿Ha cambiado la tendencia de los últimos años de bajada del consumo de vino en España?

“Antes se bebía mucho vino y no tanto de calidad. Estos vinos se han ido apartando y el consumidor se ha vuelto más exquisito, más selectivo. No bebe tanto vino, pero sí de más calidad. No hay que olvidar que se registró una recesión muy importante que afectó al consumo del vino al tratarse de un artículo de lujo entre comillas. Ahora hay una tendencia al alza. Creo que la cultura del vino está entrando en los jóvenes. Queda mucho por explicar y por entrar en la vida de los jóvenes. Es una bebida cada vez más sana, tomada con moderación, por supuesto, que está llegando a los jóvenes, pero les falta información. Tampoco hay que gastarse dinero, puedes beber vinos de gran calidad a buenos precios. Las catas deben ser sencillas y con un idioma claro. Evitando que el cliente se pregunte si todo eso se refleja en la copa. Los vinos son para descorcharlos, beberlos y decir qué bien me sabe. No tienes por qué saber definirlos. No hay que volver loca a la gente. Hay que acercar el vino a la juventud”. | J. L. Conde