Los quesos, un original regalo

Confieso que me encanta regalar quesos, aunque la mayoría de las veces me supone un verdadero quebradero de cabeza. Con el paso de los años, cuanto más estudio sobre ellos y mejor conozco sus sutilezas, me asaltan muchas más dudas y le doy vueltas sobre los gustos del destinatario antes de tomar una decisión. Cuando me planteo hacer un regalo hay una cosa que tengo clarísima y es que éste ha de gustar, como es lógico, a la persona que lo recibe. Pero intento también que sea de mi agrado, pues no deja de ser mi tarjeta de presentación.

He de confesar que en las pocas ocasiones que he comprado algo que no me convencía mucho no he quedado nada contenta. Desde hace muchos años he tomado una apetitosa y, creo, también sabia decisión: regalar queso. Antes de realizar la compra analizo al receptor, pues hay una gran variedad, creo que para todos los gustos. Pero siempre hay alguna rara avis a quien no le agradan o sólo disfruta con esos quesos medio plasticosos, que difícilmente deberían entrar en la categoría de este sublime alimento.

Si la mayoría de los quesos son el resultado de una mágica combinación de leche, cuajo y sal, la primera pregunta que nos podemos hacer es: ¿cómo es posible que con estos tres ingredientes exista una variedad tan impresionante? Recordemos que Winston Churchill afirmó en 1940: “A country producing almost 360 different types of cheese cannot die” (“Un país que produce casi 360 tipos distintos de quesos no puede morir”). ¡Y sólo se refería a los que se elaboraban en Francia! La respuesta hemos de buscarla en la gran cantidad de factores que afectan a las características finales de este alimento. Entre ellos citar el tipo de leche, la alimentación de los animales y las diferentes tecnologías de fabricación y maduración. El resultado es un amplio abanico de colores, texturas, olores, aromas y sabores que sorprenden y enamoran.

Les aseguro que no es difícil acertar y puede ser un éxito sin tener que hacer un gasto excesivamente elevado. Muchas veces un queso pequeño, o una cuña de uno grande, resulta suficiente para quedar muy bien. En otras ocasiones una combinación de varios hace las delicias de quién los recibe. Dependiendo del dinero que se quiera o pueda gastar las posibilidades son infinitas. En el caso de optar por este regalo hay que cumplir a rajatabla la máxima de “mejor calidad que cantidad”. Yo les recomendaría los quesos de elaboración artesanal a partir de leche cruda y, si tienen la posibilidad, adquirirlos directamente a los productores. En este caso, además de un queso se puede regalar una historia: qué tipo de leche se utilizó, dónde y cómo se elaboró, cuántos animales y con qué estaban alimentados… con un poco de esfuerzo se pueden añadir estas notas escritas en una bonita tarjeta. Les puedo asegurar que la degustación será diferente. Se puede preparar un surtido atendiendo al tipo de leche empleada: de cabra, vaca, oveja o incluso búfala, que también se puede adquirir sin grandes dificultades. También combinado diferentes coagulantes empleados para su elaboración: quesos lácticos, de cuajo natural de cabrito, de coagulante vegetal. O quesos de enmohecido externo o interno, ahumados o de corteza untada en pimentón o gofio. En caso de no ser comprados al productor, conviene hacerlo en tiendas especializadas y solicitar la opinión del dependiente.

Como todo regalo hemos de vestirlo y arroparlo: un bonito papel con una cinta o cordel, un cesto, una linda bandeja, una práctica tabla de madera o piedra natural. También podemos acompañar el regalo con unos cuchillos especiales, algún libro especializado o de cocina, etc. Y ¡claro está! Frutos secos, alguna mermelada, miel, un rico vino, cava, champán o aguardiente… en definitiva dejar volar la imaginación acorde con nuestro bolsillo.

Para finalizar, no se olviden del clásico refrán español: bebe vino y come queso y llegarás a viejo. Eso sí, por su salud les recomiendo que consuman ambos productos con moderación.

Marichu Fresno Baquero. Miembro de la Academia de Gastronomía de Tenerife